¿El argumento? Lean la contraportada que para poner vaguedades, y con tal de evitar spoilers, hace demasiada calor. David B. Gil mé fascinó en su recreación del Japón postmedieval en "El guerrero bajo la sombra del cerezo" y en mi cola de pendientes figura "Ocho millones de dioses", su vuelta a ese mundo. Pero "Hijos del Dios binario" me pilla tarde.
La narración es un tecnothriller probablemente superior a la media aunque con personajes un poco de cliché, que cumplen con todas las normas del género bestseril: un prota de pasado misterioso con un trabajo extraño, y una periodista que empieza investigando una historia por la que se verá superada. Los malos quedan algo desdibujados y el matón principal resulta poco potente como némesis. Y para acabar de sazonar la receta, la cosa ocurre en un futuro no tan lejano, con ciertos toques de especulación tecnológica que sirven para dar un poco de brío al asunto. A mí, más por nostalgia que por otra cosa, me ha recordado al "Cero absoluto de Allan Folsom".
Hijos del Dios binario es una novela veraniega, de esas que lees en la playa mientras unos niños hacen optimist y forma parte de ese género que podríamos denominar "intriga vaticana de final inesperado". Aunque aquí no hay vaticano y el final tampoco es tan inesperado, pero es ese tono y ese estilo el que definen esta novela. Su temática y desarrollo juega en la liga de Juan Gómez Jurado, Ken Follet, Dan Brown o Ira Levin. Todos y cada uno de estos autores en su momento me entusiasmaron con sus grandes corporaciones y experimentos extraños, pero de unos lustros a esta parte le pido algo más a mis lecturas. Este tipo de novelas que básicamente se sostienen por la trama y el desvelar el misterio no me llenan, porque más allá de eso no hay nada.
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